Tras 3 meses aprontando el terreno para la pista de aterrizaje, la que quedó lisita como cancha de bochas, comunicaron del telégrafo el arribo para las 15 horas de ayer, del avión recientemente adquirido por el estanciero don Toribio Larrosa.
Un biplano que sirvió en la Primera Guerra Mundial.
En la Cruz Alta se congregaron delegaciones de las escuelas, el equipo de primera de Vergarenses FC, vestido como para competir, empleados públicos, mi personal con traje de gala, los parroquianos del boliche de Barneche botella y vaso en mano para el brindis y la banda de música dirigida por el maestro Juan Bautista Ipuche.
Este conglomerado formaba parte de la avanzada del Comité de Bienvenida dispuesto al final de la pista, secundado por la población en general que se volcó masivamente al lugar para presenciar algo jamás visto.
El pleno del Concejo Municipal aprovechando la volada para inaugurar algo, esperaba tras un cartel pintado en una tabla en el que se leía el ostentoso nombre de Aaeropuerto Internacional de Vergara.
Colgaba de el una cinta celeste y blanca la cual sería cortada para repartir en pedacitos por el sastre Nicolás Scarano quien se paseaba nervioso tijera en mano tijereteando cada tanto unos pastizales altos, para cerciorarse del filo.
A la 15 y un minuto se escucho un ruido de motor, atronador, creciente, y todos miramos al cielo.
Con un fiero aspecto de prehistorico dinosaurio volador, se vino el aeroplano, planeando rumbo a nosotros desde el inicio de la pista, exhalando un aire caliente y arrachado que aplanaba chiricas, carquejas y espadañas...
Pero súbitamente una furiosa ventolera cruzó la pista, el armatoste volador se desestabilizó y pareció zozobrar, y a escasos 50 metros de nosotros con las ruedas que tocaban y se despegaban del suelo dio una acelerada estruendosa, estridente, despidiendo una negra y espesa humareda hacia la estratósfera.
Sin más preámbulos se nos vino encima, remontando justito a tiempo frente a mi no sin antes quitarme el quepis limpito de la cabeza con la punta de la hélice y al Cabo Loreto el pucho de la oreja.
Cundió el pánico y una estampida general dio inicio.
Parecía un hormiguero en caos, donde cada cristiano disparaba para un lado distinto, entrando en los pajonales y bañados aledaños, en los montes del Parao y alguno de casualidad encontrba la puerta de su casa en el desespero de la huida y se ocultaba debajo de la cama.
Nos quedamos paraplejicos con el cabo Loreto Cuello.
Fuimos los únicos que aguantamos en pie la embestida sin movernos un centímetro.
El aeroplano volvió a sobrevolar la pista, el piloto se chupó un dedo y lo sacó por la ventanilla, sintió el frío en los nudillos y ahora sí, controlando el sentido y la velocidad del viento, tocó tierra y rodó seguro hacia dónde estábamos nosotros.
Se detuvo en nuestras narices y apagaron los motores.
Bajaron don Toribio y el piloto.
Saludaron amablemente y se fueron.
Una vez que nos cambiamos los pantalones el Cabo y yo , nos organizamos y estamos en plena búsqueda y recate de los protagonistas de la estampida, bajando gente de los eucaliptos, desenredandolos de los alambrados, extrayendolos de alguna cachimba, peinando pajonales, escudriñando palmo a palmo los montes del arroyo.
De a poco la gente retorna a sus hogares y todo vuelve a la normalidad sin que haya que lamentar desgracias personales, salvo cortes, arañazos, raspones y pinchaduras
Por ahora es todo, cumpliendo con informarle de esta novedad lo saludo con mi mayor estima personal y política atentamente.
. El Comisario de Vergara.
Vergara 28 de marzo de 1919
Parte remitido al Jefe Político de Treinta y Tres
Foto. Torre de Control. Monitoreo visual y auditivo.
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